La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) tiene sus orígenes en la firma del Tratado de Washington de 1949, mediante el cual diez países de ambos lados del Atlántico (Bélgica, Canadá, Dinamarca, Estados Unidos, Francia, Islandia, Italia, Luxemburgo, Noruega, Países Bajos, Portugal y Reino Unido) se comprometieron a defenderse mutuamente en caso de agresión armada contra cualquiera de ellos.
Así nació una Alianza que vinculaba la defensa de América del Norte con un conjunto de países de Europa Occidental sobre la base del artículo 51 (Capítulo VII) de la Carta de Naciones Unidas, que reconoce el derecho inmanente de legítima defensa, individual o colectiva, en caso de ataque armado.
Sin duda, la evolución de la situación internacional ha determinado la continua adaptación de la Alianza Atlántica a los cambios en su entorno estratégico. El fin de la Guerra Fría en 1989 supuso, ante el desvanecimiento de una amenaza de invasión militar, el establecimiento de nuevas formas de cooperación política y militar para tratar los conflictos regionales y preservar la paz y la estabilidad. El Concepto Estratégico aprobado por los Jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN en noviembre de 1991, en Roma, diseñaba un planteamiento amplio sobre seguridad, basado en el diálogo, la cooperación y el mantenimiento de una capacidad de defensa colectiva. Reunía en un conjunto coherente los elementos militares y políticos de los protocolos de seguridad de la Alianza, estableciendo que la cooperación con los nuevos países Socios de Europa Central y Oriental formaba parte integral de su estrategia. El Concepto preveía una menor dependencia respecto a las armas nucleares, y grandes cambios en las fuerzas militares integradas de la Alianza: reducciones sustanciales en su tamaño y grado de alerta, mejoras de su movilidad, flexibilidad y adaptabilidad a las diferentes contingencias y un mayor uso de formaciones multinacionales.
La Cumbre celebrada en Madrid en julio de 1997 constituyó un hito histórico en el que se pudieron analizar los resultados de las iniciativas llevadas a cabo por la Alianza en años anteriores, a la vez que se anunciaba una fase de reforma de las estructuras y políticas para responder a las nuevas circunstancias. La tarea de los dirigentes de la OTAN en Madrid consistió en analizar las diferentes parcelas de la futura política de la Alianza y asegurar su coherencia e integridad.
Desde entonces, los Aliados han centrado sus esfuerzos en dar forma y contenido a los mandatos contenidos en el NCE. La Cumbre de Chicago, celebrada en mayo de 2012, consolidó estos avances y se centró en torno a tres ejes de trabajo fundamentales para la Alianza: el desarrollo de capacidades, la situación en Afganistán y la relación con terceros Estados.
Este proceso de transformación de la Alianza ha incidido en buena medida en el ámbito de las capacidades de la Organización, ámbito en el que España ha tenido un peso relevante. Así, en noviembre de 2006, la Cumbre de Riga declaró la capacidad operativa plena de la Fuerza de Respuesta Rápida de la OTAN (NRF), en la que España ha participado en sucesivas rotaciones.
Por otra parte, en el ámbito de las capacidades se ha pretendido lograr una Alianza renovada con fuerzas capaces de asumir y afrontar sus misiones, en un contexto de recesión económica global. En este marco de racionalización de medios, mejora de la eficacia y ahorro financiero, se ha diseñado la Nueva Estructura de Mandos, más reducida y flexible y con menos costes que la anterior, en la que España acoge uno de los dos Centros Aéreos Combinados Conjuntos (CAOC), localizado en Torrejón de Ardoz.
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