El Zócalo de la ciudad de Oaxaca, otrora uno de los espacios más bellos, está convertido en un cochinero.
Gente que invadió los espacios donde había jardineras, plantones, protestas, puestos de agrupaciones que se escudan en medidas cautelares.
En el Zócalo de la ciudad cocinan, comen y depositan sus heces. A los grupos les dotaron de baños, letrinas móviles que despiden un fétido olor desagradable a muchos metros.
Las condiciones insalubres de quienes están en este lugar no solo afectan a ellos, sino a quienes pasan por necesidad.
En los restaurantes cercanos donde algunos comensales acuden a desayunar, los aromas que provocan náuseas son inevitables.
En la gran paradoja, en uno de los pasillos del Zócalo están estacionados vehículos de lujo, camionetas, también parte de la protesta.
Muchas personas llegan a este sitio emblemático y conviven entre el foco de infección, pero a nadie parece importarle las deprimentes condiciones.
Aunque se han hecho intentos por recuperarlo, el Zócalo sigue deteriorándose inexorablemente
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