El tema de la inseguridad en el estado, está calando hondo entre los oaxaqueños, particularmente en la región del Istmo de Tehuantepec.
Lo más preocupante es que, se habla de políticos y presidentes municipales presuntamente en las redes criminales que, estarían operando para beneficiarse del proyecto presidencial del Corredor Interoceánico.
Varios columnistas de diarios nacionales como El Financiero o Reforma, han aportado datos precisos sobre esta situación.
En realidad, no es nada nuevo.
En la atomizada estructura municipal del estado, hay ejemplos de verdaderos delincuentes que han llegado a la presidencia municipal. Y ya en el cargo, se han coludido con malandros y sicarios.
Tampoco es algo privativo de Oaxaca.
El país está permeado de malos servidores públicos, alentados por una irrisoria y complaciente política respecto al combate a la delincuencia, que ha hecho que la impunidad sea parte de esta ominosa realidad.
Y en este marco, el periodismo ha llevado la peor parte. Según fuentes oficiales, de los cinco compañeros que han sido asesinados en lo que va del año, en la mayoría, la huella de los grupos delictivos está presente.
Las protestas airadas del gremio van en el sentido de exigir al gobierno, cese a la violencia y garantías para poder cumplir con la tarea. Porque ha sido ésta, la que ha generado malestar no sólo en políticos de piel sensible, sino en los mismos grupos delictivos.
Sin embargo, lejos de ello, medios y periodistas siguen siendo estigmatizados, descalificados y satanizados. Estamos pues a dos fuegos. Por un lado, la campaña permanente de descrédito y, por la otra, como la parte más vulnerable ante las balas asesinas.
Y no sólo ello, también de maestros, porros universitarios, normalistas, sindicatos, comuneros u organizaciones sociales, que se han montado sobre el encono propiciado desde las altas esferas del poder y la impunidad que se les ha dispensado.
El tema de la agresión y el crimen en contra de periodistas en el país, que hoy mismo está a los ojos del mundo, está exhibiendo la frágil y delgada línea que separa la civilidad de la violencia.
En México hay hartazgo.
El país está salpicado de sangre.
La responsabilidad no es de los que ya se fueron, es de quien está al frente. Buscar culpables ya no cuaja.
La política de seguridad muestra cada día su fracaso.
Y el sistema de justicia sigue entrampado, entre el ser y el deber ser.
Tal parece que, ante este escenario tan negro, el gobierno, su estructura y las instituciones están entrando en un tobogán, que nos está arrastrando a todos los mexicanos.
Ya no es la credibilidad, ya no es la confianza, hoy, el distractor es, la consulta sobre la revocación de mandato. (JPA)
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