El Poder Judicial, ¿la última defensa?
Hablemos de política, por Diego Martínez Sánchez (@diegomtzsanchez)
-Con tan solo 23 años de vida democrática, México enfrenta el riesgo de regresar a la era dorada de la dictadura perfecta instaurada durante décadas por el PRI, pero ahora bajo la bandera Obradorista, siendo la presidenta electa, Claudia Sheinbaum, la única que podría darle un nuevo rumbo a la llamada Cuarta Transformación y detener las ambiciones de su mentor.
La división de poderes es un mecanismo que busca equilibrar el poder de un Estado y que este no recaiga en un solo órgano o en una sola persona, como el Presidente, el Rey o en dado caso, el Parlamento o el Congreso, así como de quienes ostentan la facultad judicial. Procurando una armonía con base en la regulación y vigilancia mutua.
Sin embargo, cuando se genera un desequilibrio en el balance de poder, suelen ocurrir grandes tragedias para la sociedad, en donde el exceso, los abusos, la represión y el autoritarismo, se convierten en las principales acciones de control social, político y económico.
Ya sea por la concentración excesiva de poder en un Congreso, en los tribunales o en la figura presidencial, las consecuencias de dicho desbalance se reflejan en la sociedad, desde la confrontación y el divisionismo, hasta la regulación de su comportamiento, de sus hábitos e incluso de sus ideologías. Empleando métodos de manipulación mediática, cultural y emocional, para ejercer un control sobre la percepción social de sus actos, sin importar lo autoritarios, antidemocráticos, ilegales o inhumanos, que pudieran ser.
La historia nos da diversos ejemplos, desde los exterminios raciales y étnicos en el continente africano, promovidos por las coronas Europeas; hasta los atroces actos del nacionalismo de Hitler y el fascismo de Mussolini en Italia o el de Franco en España. Movimientos creados y comandados por personajes que lograron engañar a millones de personas con la idea de un futuro diferente, canalizando resentimientos y frustraciones, hacia sus propios objetivos. Convirtiendo en enemigos a hermanos, amigos e incluso, padres e hijos. Todo con tal de hacer realidad sus visiones distorsionadas del pasado, del presente y del futuro.
Engaños que se han replicado en el continente americano durante décadas, desde Chile con Pinochet, Argentina con su “Proceso de Reorganización Nacional”, o Nicaragua con Daniel Ortega, quien desgobierna el país desde 1991. Aunque sigue siendo la Cuba de Castro y la Venezuela de Hugo Chávez, los ejemplos más desastrosos de lo que ocurre cuando se concentra el poder en una sola persona o en una sola ideología. Destruyendo la pluralidad y diversidad ideológica tan necesarias para el crecimiento y evolución social.
En el norte también se presentan estos fenómenos con ciertas diferencias pero con peligrosas similitudes. En Estados Unidos, el neonacionalismo de Donald Trump ha demostrado ser un verdadero peligro para el status quo del país vecino, reduciendo su influencia efectiva en el mundo. Problema que el actual Presidente Biden no ha podido resolver y que continúa creciendo con la división social y las confrontaciones ideológicas y culturales, reflejadas en el trato a las minorías raciales que aún persiste en la unión americana.
Por otra parte, tenemos a México, país que con tan solo 23 años de vida democrática, enfrenta un grave peligro de regresar a las oscuras eras del autoritarismo disfrazado de paternalismo y democracia que implementó el Partido Revolucionario Institucional durante décadas, para conservar el poder a cualquier costo.
Método que ha replicado con gran éxito, el Movimiento de Regeneración Nacional, el cual busca imponer su agenda política a como dé lugar, siendo el Poder Judicial su único obstáculo para regresar a una “dictadura”, pero esta vez, muy “imperfecta”.
Para ello, el Presidente López Obrador y su aplanadora Legislativa han comenzado una brutal embestida para desarticular no solo a la Suprema Corte, también a todo el sistema judicial. Pero lejos de proponer soluciones de fondo a las diversas problemáticas y retos que enfrenta la impartición de justicia pronta y expedita en todo el país, pareciera que lo único que se busca es demostrar que él es quien manda en el país y lo seguirá siendo una vez que salga de la presidencia.
Así lo deja en evidencia al menospreciar a la primera mujer electa presidenta del país y quien lo reemplazará el
próximo primero de Octubre, Claudia Sheinbaum.
Esto al ordenar la aprobación sin ninguna modificación, de un paquete de Reformas -incluida la del Poder Judicial- en las Comisiones del Congreso de la Unión el próximo primero de agosto. Lo que garantizaría que la voluntad de López Obrador se imponga ante la propuesta de Sheinbaum para alcanzar un consenso por medio del diálogo y en dado caso, realizar cambios a las iniciativas presidenciales.
Entre ellas, la decisión de elegir por voto popular a jueces, ministros y magistrados, lo que se ha convertido en la prioridad del mandatario federal, quien ha pesar de haber tenido el control total del Poder Legislativo y del Ejecutivo, no logró doblegar al Poder Judicial, pese a colocar a su fiel seguidor y hoy traidor a la Corte, Arturo Zaldivar, en la presidencia. Un fracaso que ha generado una profunda frustración en López Obrador, quien ya ha demostrado que su hígado lo gobierna más que la razón.
Y es ahí donde radica el mayor peligro para la democracia mexicana, en medio de un proceso de militarización y militarismo nunca antes visto, así como la continuación de una estrecha relación entre el gobierno y el crimen organizado. Sumando la desarticulación de los órganos e instituciones autónomas que fueron creadas para representar a la sociedad y de ser necesario, defenderla de los abusos del poder.
Porque si bien es cierto que el Poder Judicial requiere profunda reestructuración y sanciones ejemplares a la corrupción de sus miembros; nada garantiza que esto cambiaría al elegir por medio de una elección a quienes no pueden ofrecer nada más que sentencias y resoluciones a favor o en contra. Lo que pondría en grave riesgo la endeble justicia mexicana. Sin contar el injustificado gasto que implicaría llevar a cabo dicho proceso, sin certeza de que se elijan a los mejores perfiles, como ocurre hoy en día en los otros dos poderes.
Tampoco se podría evitar la infiltración del crimen organizado incluido el de cuello blanco, el cual tendría a su disposición un amplio catálogo de juristas, a quienes podrían financiar a cambio de libertad e impunidad. O incluso eliminar a la competencia, una realidad que se vive en cada elección.
Sin embargo, todas las voces que se oponen a esta medida, son ignoradas. Pese a existir una simulación de diálogos para lograr una mejor Reforma, es evidente el desprecio del presidente a la opinión pública, algo que ha demostrado durante sus casi seis años de gobierno. Ignorando, violentando o silenciando las voces que se atreven a opinar diferente o decirle que está equivocado, porque el Rey es él. Y si la presidenta electa no hace algo para detenerlo, lo seguirá siendo.
Porque ante la inexistencia de una verdadera oposición y el avance del autoritarismo militar, la última defensa es el Poder Judicial y la única que podría mantener viva la democracia, paradójicamente, sería la heredera de la Cuarta Transformación, quien deberá enfrentar como primera prueba, los excesos de su mentor.
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